jueves, 30 de diciembre de 2010

Breve relato para un año nuevo

Hay gente que se revela contra sí misma y nos hace descubrir bellas cosas, como ésta.

Agradezco a esa persona,dejar de escribir sólo volantes, notas de periódico, invitaciones...

Agradezco a E.C. que compartiera este trozo de bella tristeza, conmigo.

Feliz año a todxs... (podemos desearlo, aún en este mundo de mierda).

Gracias,

L





¿Qué es perder?


Se preguntó esa noche. ¿Había algo que se pudiera responder? Tampoco lo sabía. Lo que sí sabía es que había perdido. Que había ese no sé qué. Que ya no estaba. Que se había ido.

Había perdido mucho se dijo H. Si pudiera poner todo en una balanza habría que medir en relación a lo que perdieron aquel septiembre lejano, en el que él había ganado, pero tantos perdieron por tan poco, para ganar tan nada.

Y ahí estaba, sentado en la compu, diciéndole al teclado lo que no sabía muy bien qué sentido tenía. Lo que no quería era perder de nuevo. Perder la oportunidad de expresar, de decir lo que sentía y no había dicho nunca o hace tiempo. Tal vez alguna vez entre amigos que ya no estaban o que no eran tan amigos o que nunca lo fueron, pero ocupaban el espacio circunstancial que ocupan las amistades en esos años en que todo esta vacío.

Juan fue derecho a la heladera. Sentía que había que abrir el vino y darle un solo saque. Un fondo blanco, como decíamos cuando éramos chicos. H lo miró extrañado.

Quiénes eran ellos después de tantos años. Qué habían hecho con sus vidas. Valió la pena dejarlo todo atrás. H tenía dudas. Podría haber sido mejor. La vida, los amigos, las mujeres, salir, emborracharse... dejar de tener responsabilidad.

Juan lo miraba extrañado. - ¿Qué tiene que ver?-, le preguntó.

-Si hicimos eso y mucho más. ¿Qué perdiste?-

-Nada - le dijo H. - Nada y todo eso que te estoy diciendo. Me siento como si toda la vida pasara por delante mío, me mirara y se cagara de risa. Como si todo lo que hicimos no valió la pena porque estamos acá, sentados en el living de una casa vieja, llena de pulgas, tirados entre la mugre, mirando el techo, que además da mucho asco y pensando que no tenemos nada. -

- H ¿Había que tener algo? - No sabía, dijo Juan.

-Si hubiera sabido te metía una patada en el orto hace tiempo. No tenemos nada y no pasa nada. Tenemos lo que elegimos tener. Tenemos hambre pero del bueno. Tenemos sed, de la mejor. Tenemos odio, mucho odio, del más refinado, del que se consigue en las mejores joyerías de Europa. Del que se busca en los lejanos palacios de la India. Si es que uno puede viajar. Del que sale del fondo que está al fondo del todo, ese donde sólo se escuchan gritos peleados y pelados de todo, que gritan.

- ¿Y mamá? - Dijo H. o preguntó, porque no era un decir, era preguntar para saber. No era que no sabía donde estaba. Estaba tirada en Tanti. Desparramada por el medio del río, de las sierras, de la nada. La olían los pumas y los lagartos. La sentían los espinillos. Cuando uno que se tiraba al río estaba nadando en la vieja. Sintiendo su aroma a madre limpia.

Pero la pregunta no era porque no sabía. Era porque decía que no estaba, que no estuvo, que debería haber estado. O por lo menos H debería haber estado. Y se la perdió. A lo mejor eso era lo que originaba la pregunta. No era otra cosa. Lo otro lo eligió. Tenía razón Juan. Las novias no las tuvo. Fueron pasando. Los amigos quedaron atrás. Tan atrás como esa plaza donde jugabas de chico, donde tomabas una botella de vino y te subías a un poste de 30 metros de alto sólo para ver esa ciudad de mierda, un poco menos de mierda de lo que era.

Atrás quedó mamá, la plaza, el vino, la cajita, la escalera, los amigos, todo. Pero lo que se perdió era mamá.

-Mamá estaría contenta- dijo Juan.

-Seguro - dijo H, ¿vos decís?... No creo. Para mí que mira desde las gotas del río y se enoja y te dice que tiraste la vida a la mierda. Que ella quería un ingeniero, no un tipo que nade en la mugre. Pero la mugre se elije. ¿vos elegiste?- Sí.- dijo H.



martes, 14 de diciembre de 2010

Silencio.
Vacío.
La gota del veneno cae.
Aguda.
Me quedo muda.
Silencio.

martes, 7 de diciembre de 2010

Ponzoña

que ha entrado en los oídos de infinitos
padres-hermanos-hijos de Hamlet
corroyendo la humana sensación de verse feliz en la felicidad de las otras.
Ha entrado con el correr de los siglos,
intoxicando cada célula de la joven, madura, o vieja sangre.

Persiste, estalla en golpes, en muerte,
en violación sobre las Ofelias que aceptan la locura como quien respira.
Se vuelve indiferencia, silencio, ganas de "ya no" de los envenenados milenarios
que andan como muertos ellos, sí, ellos,
aunque crean que respiran y viven.
Y la paciencia de aquellas que no buscamos la salida de Ofelia, que no la queremos, se agota,
aquellas que hurgamos en los libros,
buscando el antídoto en las recetas de El viejo, de Rosa, Clara o del mismo Vladimiro,
sabemos, que no alcanza sólo con la palabra que conjura.