martes, 7 de diciembre de 2010

Ponzoña

que ha entrado en los oídos de infinitos
padres-hermanos-hijos de Hamlet
corroyendo la humana sensación de verse feliz en la felicidad de las otras.
Ha entrado con el correr de los siglos,
intoxicando cada célula de la joven, madura, o vieja sangre.

Persiste, estalla en golpes, en muerte,
en violación sobre las Ofelias que aceptan la locura como quien respira.
Se vuelve indiferencia, silencio, ganas de "ya no" de los envenenados milenarios
que andan como muertos ellos, sí, ellos,
aunque crean que respiran y viven.
Y la paciencia de aquellas que no buscamos la salida de Ofelia, que no la queremos, se agota,
aquellas que hurgamos en los libros,
buscando el antídoto en las recetas de El viejo, de Rosa, Clara o del mismo Vladimiro,
sabemos, que no alcanza sólo con la palabra que conjura.


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