jueves, 30 de diciembre de 2010

Breve relato para un año nuevo

Hay gente que se revela contra sí misma y nos hace descubrir bellas cosas, como ésta.

Agradezco a esa persona,dejar de escribir sólo volantes, notas de periódico, invitaciones...

Agradezco a E.C. que compartiera este trozo de bella tristeza, conmigo.

Feliz año a todxs... (podemos desearlo, aún en este mundo de mierda).

Gracias,

L





¿Qué es perder?


Se preguntó esa noche. ¿Había algo que se pudiera responder? Tampoco lo sabía. Lo que sí sabía es que había perdido. Que había ese no sé qué. Que ya no estaba. Que se había ido.

Había perdido mucho se dijo H. Si pudiera poner todo en una balanza habría que medir en relación a lo que perdieron aquel septiembre lejano, en el que él había ganado, pero tantos perdieron por tan poco, para ganar tan nada.

Y ahí estaba, sentado en la compu, diciéndole al teclado lo que no sabía muy bien qué sentido tenía. Lo que no quería era perder de nuevo. Perder la oportunidad de expresar, de decir lo que sentía y no había dicho nunca o hace tiempo. Tal vez alguna vez entre amigos que ya no estaban o que no eran tan amigos o que nunca lo fueron, pero ocupaban el espacio circunstancial que ocupan las amistades en esos años en que todo esta vacío.

Juan fue derecho a la heladera. Sentía que había que abrir el vino y darle un solo saque. Un fondo blanco, como decíamos cuando éramos chicos. H lo miró extrañado.

Quiénes eran ellos después de tantos años. Qué habían hecho con sus vidas. Valió la pena dejarlo todo atrás. H tenía dudas. Podría haber sido mejor. La vida, los amigos, las mujeres, salir, emborracharse... dejar de tener responsabilidad.

Juan lo miraba extrañado. - ¿Qué tiene que ver?-, le preguntó.

-Si hicimos eso y mucho más. ¿Qué perdiste?-

-Nada - le dijo H. - Nada y todo eso que te estoy diciendo. Me siento como si toda la vida pasara por delante mío, me mirara y se cagara de risa. Como si todo lo que hicimos no valió la pena porque estamos acá, sentados en el living de una casa vieja, llena de pulgas, tirados entre la mugre, mirando el techo, que además da mucho asco y pensando que no tenemos nada. -

- H ¿Había que tener algo? - No sabía, dijo Juan.

-Si hubiera sabido te metía una patada en el orto hace tiempo. No tenemos nada y no pasa nada. Tenemos lo que elegimos tener. Tenemos hambre pero del bueno. Tenemos sed, de la mejor. Tenemos odio, mucho odio, del más refinado, del que se consigue en las mejores joyerías de Europa. Del que se busca en los lejanos palacios de la India. Si es que uno puede viajar. Del que sale del fondo que está al fondo del todo, ese donde sólo se escuchan gritos peleados y pelados de todo, que gritan.

- ¿Y mamá? - Dijo H. o preguntó, porque no era un decir, era preguntar para saber. No era que no sabía donde estaba. Estaba tirada en Tanti. Desparramada por el medio del río, de las sierras, de la nada. La olían los pumas y los lagartos. La sentían los espinillos. Cuando uno que se tiraba al río estaba nadando en la vieja. Sintiendo su aroma a madre limpia.

Pero la pregunta no era porque no sabía. Era porque decía que no estaba, que no estuvo, que debería haber estado. O por lo menos H debería haber estado. Y se la perdió. A lo mejor eso era lo que originaba la pregunta. No era otra cosa. Lo otro lo eligió. Tenía razón Juan. Las novias no las tuvo. Fueron pasando. Los amigos quedaron atrás. Tan atrás como esa plaza donde jugabas de chico, donde tomabas una botella de vino y te subías a un poste de 30 metros de alto sólo para ver esa ciudad de mierda, un poco menos de mierda de lo que era.

Atrás quedó mamá, la plaza, el vino, la cajita, la escalera, los amigos, todo. Pero lo que se perdió era mamá.

-Mamá estaría contenta- dijo Juan.

-Seguro - dijo H, ¿vos decís?... No creo. Para mí que mira desde las gotas del río y se enoja y te dice que tiraste la vida a la mierda. Que ella quería un ingeniero, no un tipo que nade en la mugre. Pero la mugre se elije. ¿vos elegiste?- Sí.- dijo H.



martes, 14 de diciembre de 2010

Silencio.
Vacío.
La gota del veneno cae.
Aguda.
Me quedo muda.
Silencio.

martes, 7 de diciembre de 2010

Ponzoña

que ha entrado en los oídos de infinitos
padres-hermanos-hijos de Hamlet
corroyendo la humana sensación de verse feliz en la felicidad de las otras.
Ha entrado con el correr de los siglos,
intoxicando cada célula de la joven, madura, o vieja sangre.

Persiste, estalla en golpes, en muerte,
en violación sobre las Ofelias que aceptan la locura como quien respira.
Se vuelve indiferencia, silencio, ganas de "ya no" de los envenenados milenarios
que andan como muertos ellos, sí, ellos,
aunque crean que respiran y viven.
Y la paciencia de aquellas que no buscamos la salida de Ofelia, que no la queremos, se agota,
aquellas que hurgamos en los libros,
buscando el antídoto en las recetas de El viejo, de Rosa, Clara o del mismo Vladimiro,
sabemos, que no alcanza sólo con la palabra que conjura.


martes, 23 de noviembre de 2010

Me preguntaste

...si había un nuevo aire gay-friendly en mi ciudad.
Te contesté casi sin dudar: "No, ni en pedo..."
Y eran tan brutal la represión, que había olvidado acordarme
que los deseos de besarte seguían ahí.

martes, 16 de noviembre de 2010

Bienvenu(e)s

Voila le site du gat@, refaite!

martes, 7 de septiembre de 2010

Ayer desayuné tristeza
con sabor a leche y medialunas.
Y se me quedó ahí,
como un guijarro atravesado en la garganta.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Maldigo en estos tiempos...y en todos

"Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse."

Paco Ibánez

lunes, 16 de agosto de 2010

"Muero contento"- Martín Kohan


Cabral da dos, tres, cuatro vueltas sobre sí mismo. Se siente mareado y aturdido: se siente como cuando ha tomado demasiado, lo que no quiere decir que haya tomado demasiado esta vez. Está, en verdad, tan confundido, que cuando trata de pensar si ha tomado o no demasiado la noche previa, no logra siquiera acordarse de qué cosas hizo en las horas anteriores. Hay mucho ruido y mucho humo en todas partes y Cabral se encuentra verdaderamente desorientado. Siendo él una persona de aceptable poder de ubicación, podían preguntarle en medio de las sombras en qué dirección quedaba el Paraná o en qué dirección quedaba el convento, y él hubiese contestado sin vacilar y sin equivocarse. Pero ahora no consigue ni tan sólo establecer el lugar exacto del sol en el cielo. Gira atontadamente, con lentitud, con un raro vértigo aletargado, procurando determinar un lugar de referencia en medio de tanto alboroto.

Una palabra da vueltas en su cabeza, como da vueltas él, Cabral, en medio de la madrugada y del griterío generalizado. Él mira y mira y mira y en la cabeza tiene rondando la palabra dónde. Primero le suena como un nombre, como si se estuviese acordando de alguien, como si estuviese extrañando a una mujer. Después se da cuenta de que no, de que ese donde que le suena y le resuena en la cabeza no es un nombre, sino una pregunta, y entonces Cabral, no sin confusión, reconoce que lo que merodea sus pensamientos no es la expresión donde, sino la expresión ¿dónde?, lo cual representa dos o tres variaciones de sentido o de matices que Cabral está en condiciones de presentir, pero no de definir con nitidez.

Sólo entonces, y no con total claridad, Cabral advierte que esa especie de voz interior que le grita y a la vez le murmura: ¿dónde? ¿dónde?¿dónde?, es en cierta manera el efecto o la consecuencia de otra voz, exterior en este caso, que es puro grito y ni remotamente murmullo, y que le dice: ¡acá! ¡acá! ¡acá! Es como una especie de diálogo, por así decir, aunque para ser un diálogo en el sentido estricto del término la voz interior de Cabral debería convertirse en exterior. De la manera en que están las cosas, el diálogo es diálogo solamente para Cabral; para el otro, para el que lo llama a gritos, es otra cosa, que Cabral, inmerso en el caos de caballos y de sables, no termina de precisar.

Acá, acá, acá – grita el otro. Acá, sí, ¿pero dónde? – piensa Cabral. Yo también estoy acá. Todos estamos acá. Lo que Cabral tiene que resolver, y con premura, es cuál es el allá de ese acá que le están gritando. Pero en medio de tanto moribundo ni siquiera él, que habitualmente se ubica con facilidad aun en terrenos desconocidos, tiene idea de su situación.

¡Acá, acá, la puta madre! – grita el otro. Y grita esa vez, en un momento en el que el lugar donde Cabral da vuelta sobre sí mismo, y en sus inmediaciones, no hay por casualidad, ningún otro grito, ni quejido de moribundo ni relincho de caballo. Entonces Cabral escucha con un aceptable grado de nitidez y, para su sorpresa, cree reconocer la voz. En un primer momento lo que experimenta es alivio. Es lógico que alguien que se siente tan absolutamente perdido y solo en medio de siluetas extrañas encuentre alivio en el hecho fortuito de reconocer una voz. Pero de pronto retorna el humo y todo el ruido y Cabral ahora no sólo se pregunta ¿dónde? sino ¿quién?

Al parecer está ahora quieto. Es una suposición, nada seguro: al parecer, está quieto. Pero también es posible que siga dando vueltas como estuvo dándolas quien sabe cuánto tiempo, y que ahora todo su entorno, la batalla entera, haya comenzado a girar en el mismo sentido que él, y a la misma velocidad, y al mismo tiempo, y que resultado de todo eso sea que Cabral crea que por fin se quedó quieto, cuando en verdad sigue dando vueltas como al principio.

A Cabral le parece decisivo resolver esta cuestión, sólo él sabe por qué. Pero antes de que consiga hacerlo – aún más: antes de que consiga comenzar a hacerlo- una cara cruza por su mente y lo distrae del asunto de si giraba o estaba quieto. Cabral imagina la cara o la recuerda pero con tanta certeza que cree que la ve. ¿Dónde? ¿dónde? ¿dónde? – vuelve a pensar, casi obnubilado, y después de un rato, no es posible saber si largo o corto, comprende que la cara no responde a ¿dónde? sino a ¿quién?

Cabral consigue asociar la voz y el rostro, cosa que puede parecer no tan meritoria para aquel que no se encuentra en una situación de desconcierto como ésta que a él lo embarga. Reconocer la voz le produjo alivio, pero reconocer el rostro lo sobresalta: ¡es él! – se dice, liberado de la pregunta ¿quién? Pero infinitamente más abrumado por la pregunta ¿dónde? Es él, nada menos, y lo está llamando. ¡Acá! ¡Acá! ¡Carajo! – le grita y Cabral no tiene idea de nada.

Es tanta la desesperación que siente que le entran ganas de llorar. Más grita el otro y menos él sabe qué hacer. ¿Llorar es de mujeres? ¿Llorar es de maricón? Atribulado, Cabral se hace vista sobre los ojos, pero es inútil: no es el sol lo que le molesta, no es un reflejo lo que le impide ver, sino el humo de los cañones y los gritos de los que se desangran. ¿Qué imagen brindaría un sargento llorando en el campo de batalla? Cabral se avergüenza de tan solo pensarlo. Pero después recapacita: si él no puede ver a los otros por culpa del humo, ni siquiera a los que pasan cerca, ni siquiera al jefe que le grita y a quien él trata de ver, entonces, descubre conmovido, tampoco los otro pueden verlo a él. Ahora no le parece tan mal estar un poco solo. La vida de campaña tiene eso: que uno siempre está con un montón de gente. Todo el tiempo rodeado de soldados que cuentan historias alrededor del fogón: llega un punto en que uno quiere quedarse un poco solo.

Y bueno, piensa Cabral, no con tanta claridad: ahora estoy solo. Es un pensamiento precario, y aun así Cabral llega a darse cuenta de que la soledad que siente no es la mejor que pudiera pedirse. Está solo, es verdad, o está como si estuviera solo, sí pero con tanto ruido y tanto humo y tanta muerte que ni siquiera puede disfrutar del campo y sentarse a reflexionar sobre algún tema que le interese. Nada de eso: tiene que ubicar el acá desde donde le gritan, y tiene que ubicarlo con urgencia porque el que le grita es el jefe. ¡Acá! ¡Acá!- le grita de nuevo - ¡Cabral, no sea marmota!

Cabral se atribula aún más: ¿eso lo pensó o se lo dijeron? ¿Fue la voz exterior o la voz interior la que dijo esa frase terrible? No logra estar seguro. Las batallas, definitivamente lo aturullan. Si fue la voz interior, el asunto no es grave: Cabral, como todo el mundo, por otra parte, tiene el hábito de hablarse a sí mismo y de dedicarse pequeños insultos. Mirá que sos boludo, Cabral, se dijo, por ejemplo, a sí mismo por supuesto que cariñosamente, la noche en que tratando de deducir la dirección en la que estaba el Paraná se cayó en una zanja. Es que el siempre trataba de saber dónde se encontraba. Y ahora, precisamente ahora, cuando más lo deseaba en su vida, no podía establecerlo.

Pero, ¿ese marmota lo pensó él, para sí mismo o se lo dijeron desde afuera? Si se lo dijeron desde afuera, entonces verdaderamente había de qué preocuparse. Porque la voz que lo dijo – claro que él podría haberse hablado, interiormente, con la voz del otro – era la misma que gritaba todo el tiempo ¡acá! ¡acá!; es decir que era la voz del jefe. Y había, todavía, algo peor. Cabral se estremece. ¿Él recordaba mal, cosa nada improbable en medio de tanto aturdimiento, o la voz había dicho: Cabral no sea marmota? La voz lo había nombrado. Si se trataba de la voz interior, todo estaba en orden: Cabral siempre se llama a sí mismo Cabral cuando se habla internamente. Pero si la voz vino de afuera, y Cabral ya sabe que la voz que viene de afuera es la voz del jefe, eso significa que si lo nombró es que lo reconoció. Y que, deduce Cabral, a pesar de tanto espanto, si lo reconoció es porque pudo verlo. Si él puede verme, sigue, tratando de clarificar su panorama, entonces yo tendría que poder verlo a él. Es reconfortante razonar con tanta lógica, pero lo cierto es que no puede verlo. ¿Dónde? ¿dónde? ¿dónde?- piensa otra vez. A Cabral, dadas las circunstancias, no le parecen nada injustificadas las ganas de llorar. ¿cómo soportar tanta impotencia? Llorar, o mejor dicho, cierta forma de llorar, ¿no es también cosa de hombres? Quién sabe, piensa con desdicha. Al parecer, se encuentra otra vez girando sobre sí mismo, aunque no es descabellado suponer que siguió así todo el tiempo y que lo que ahora sucede es que la batalla ya no gira al mismo ritmo que él, y entonces él puede darse cuenta de que da vueltas. Todo esto le da más ganas de llorar. Pero se aguanta. ¿Cómo se vería – y, si la voz era exterior, a él lo están viendo – un sargento llorando en el campo de batalla?

Cabral se aguanta de llorar. Aguantarse significa hacer fuerza en el momento mismo en el que la garganta se atascan y las lágrimas le vienen raudamente a los ojos. El resultado de esta contradicción es que las lágrimas se quedan en los ojos, en el borde de los ojos. No se quedan adentro - ¿adentro de dónde? ¿de dónde vienen las lágrimas? ¿están ya en el ojo? ¿le vienen a uno del alma? – pero tampoco cae decididamente hacia afuera, a rodar por las mejillas, a correr entre mocos. A Cabral, las lágrimas se le quedan en el borde de los ojos, entonces, milagrosamente, le funcionan como pequeñas pero incomparables lentes de aumento. Ahora Cabral ve, aunque sigue el humo y el remolino por todas partes. Con alguna zona difuminada, es cierto, pero ve. Y ve el quién (el quién ya lo sabía, porque reconoció la voz) y ve también el acá. El acá no era tan allá como pudo haber pensado: está bastante cerca y no será difícil hacer un mismo acá del jefe y del suyo propio.

Ahora Cabral quiere llorar, se lo propone decididamente, se esmera en ello. Ya no es un llanto que avergüence: es un llanto destinado a servir a la patria. Pero las lágrimas no vuelven ahora, cuando más las necesita. Cabral trata entonces de orientarse hacia la dirección en la que vio al jefe. Camina, cree, en ese sentido, y en una línea más o menos recta. El humo se entreabre en un momento determinado, o posiblemente Cabral ha vuelto a lagrimear sin proponérselo en este caso y tal vez sin darse cuenta siquiera.

El asunto es que vuelve a ver al jefe, y lo ve tan cerca, que ya puede decirse prácticamente que están los dos en el mismo acá. Pero la escena que ve Cabral es rarísima: en lugar de estar, como era digno de esperarse y como todos los retratos habrían de evocarlo, el gran jefe sobre su caballo, está ¡quién lo diría!, el caballo sobre el gran jefe. Una extraña pregunta emerge en la mente de Cabral: ¿de qué color es el caballo blanco de San Martín? Cabral no sabe exactamente por qué ha pensado en eso. Pero la pregunta le parece estúpida: ¡contesta, en su formulación, exactamente aquello que está preguntando! El hecho es que aquí (¡acá!) está el caballo, y el jefe, increíblemente debajo y no encima de él.

Cabral se dirige con presteza a poner las cosas en su lugar. La vida de cuartel lo ha acostumbrado al orden. Pero no es fácil mover ese caballo, salvar ese jefe, con tanto ruido, con tanto humo. Cabral hace fuerza y fuerza y le parece que no va a poder, hasta que el final puede. Tira y tira y tira y de pronto el jefe sale. Cabral resopla, un poco por el esfuerzo, otro poco por el alivio. Y es entonces cuando el humo, de en medio del humo, sale un maturrango y le clava la bayoneta.

Mucho le duele la tetilla a Cabral. ¿La tetilla o más abajo? No hay manera de saberlo. Duele y arde. Echado en el suelo, Cabral vuelve a preguntarse ¿dónde? ¿dónde? ¿dónde? Después piensa, bastante sereno: qué carajo importa dónde, la cosa es que estoy jodido. Jodido y bien jodido. Lo único que sabe Cabral es que le duele acá, pero ni idea de en qué jodida parte del cuerpo queda acá. Antes se sabía a él, a sí mismo, y no el lugar en el que estaba. Ahora se lo llevaron aparte, ahora que el humo se está disipando y que el único grito que oyó es el suyo, lo que Cabral no logra poner en claro es dónde le duele a él.

Se le acercan varios. Lo miran, lo miran. Él los ve desde abajo, tirado en el suelo. Le dicen que la batalla se gana. La tetilla, dice Cabral, y nadie le hace caso. Le dan vueltas alrededor y por un rato no le hablan. Después vuelven a decirle que la batalla se gana y que el jefe está entero. Cabral se da cuenta de que se va a morir. No es que le parece, no es que lo sospecha, no es que tiene esa impresión. Cabral sabe positivamente que se va a morir y eso le provoca una intensísima tristeza. Cabral siente, allí tirado, en medio del polvo una enorme congoja, una terrible pena, una desdicha imposible de medir. Sabe que se a va morir. Y no es ningún tonto, de modo que está tristísimo. Alguien, quizás el jefe, se le acerca, se pone de cuclillas junto a él y le pregunta cómo se siente. Cabral alcanza a pensar, mientras se muere, que nunca jamás en la historia existió hombre que sintiera más tristeza que él en ese momento. Pero le da vergüenza. ¿Qué van a pensar de él? Van a pensar que es una mujercita, van a pensar que es un maricón. Es sumamente probable que Cabral tenga razón, que nunca haya habido un hombre que estuviese más triste que él. Siente una tristeza inconmesurable. Pero cuando se lo preguntan, no lo dice. ¿Qué van a pensar de él? Sólo le queda aliento para pronunciar cuatro o cinco palabras que apenas si se oyen: es su modesta despedida, es su página mejor.

martes, 13 de julio de 2010

podrás?

podrás no compar(t)ir mis efluvios poetales.
podrás no dolerte de los puñales clavados en las manos.
podrás no sentir o verte aquí, en este blog para "otros".

sin embargo, no he parado de invocarte.


jueves, 24 de junio de 2010

reciclar de celofanes - re made

Es que no sentís morirte un poquito cada día lejos, cada día, detrás de esa coraza?


"Arrastra la tristeza

Envuelta en celofanes

Una a una

se las come

en los años,

sobre todo,

en que ni Lara la encuentra."


Pero esta vez Lara se encuentra, se conoce, se lame las heridas, casi sola.

Pero esta vez, otra tristeza se le ha atorado en el buche.

Esta vez quisiera no haberse sentido fracasar.

Vértigos o contemplación de algo que se termina

Esta lila se deshoja.
Desde sí misma cae
y oculta su antigua sombra.
he de morir de cosas así.

A. Pizarnik

La darás?

como si el otoño no nos hubiera atravesado ya.
como si las hojas secas no crujieran en tu espalda.
como si no hiciera falta alguna señal de tu verdad.

domingo, 20 de junio de 2010

QQ

Es doloroso amarte tanto.
Es doloroso que eso te parezca la nada.

la clave no es la dulzura en momentos de paz...sino prodigarla en tiempos de guerra

"...sé humilde y dígnate a expresarme [tu] amor, sin temor de rebajarte dándome hoy tres centavos más de lo que yo te di. No tengas miedo ni vergüenza de expresar tus sentimientos (si es que ahora los sientes todavía, ya que a este respecto no ejerzo sobre ti ninguna presión) de miedo a que yo los acepte quizás con demasiada poca atención.

Aprende un poco a arrodillarte en tu fuero interno, y no sólo cuando te llamo con los brazos abiertos, sino también cuando te vuelvo la espalda. En una palabra: sé más generoso, más magnánimo de corazón, prodiga con un poco más de generosidad tus sentimientos. "

Hago mías tus palabras una vez más, querida rosa roja...una vez más.
Lara

martes, 15 de junio de 2010

Grito

Eu!
estoy gritando para adentro!
el grito se me pega al paladar y cuando intento arrancarlo, despegarlo de las muelas aferradas
se retuerce en la boca, intenta huir por la nariz,
y me hace llorar.
y ya no puedo.
y ya no grito.
es un lento correr de aguas salitrosas,
hacia el fondo y suicidarse como las gotas de Cortázar.

Lara (16 de julio, 2009)

sábado, 15 de mayo de 2010

Homenaje a Janis Joplin - A. Pizarnik

a cantar dulce y a morirse luego no:
a ladrar.
así como duerme la gitana de Rousseau
así cantás,
más las lecciones de terror.
hay que llorar hasta romperse
para crear o decir una pequeña canción,
gritar tanto para cubrir los agujeros de la ausencia
eso hiciste vos, eso yo.
me pregunto si eso no aumentó el error.
hiciste bien en morir.
por eso te hablo,
por eso me confío a una niña mostruo.

domingo, 9 de mayo de 2010

retazo de alguna obra de teatro

"y cuando un hondo sollozo va a ahogar su voz, se contiene, y echándose el alma a la espalda, se pone a caminar a lo Chaplin"

sábado, 1 de mayo de 2010

Canto a Rusia

Conrado Nalé Roxlo, (1º de mayo de 1919).

Por el camino claro

de sol, a cielo abierto,

vienen los hombres trágicos.

Por la nieve pasaron y las piedras

y sobre las espinas

sus pies se ensangrentaron.

Entraron en el río negro y ancho,

y cada ola del río fue una mano

que se aferró a sus miembros.

Y pasaron.

Entrearon en el bosque,

y cada árbol del bosque fue un obstáculo

que a su marcha se opuso.

Y pasaron.

Por el camino claron de sol a cielo abierto

vienen los hombres trágicos.

Sobre su ensueño flota la bandera

que con su propia sangre empurpuraron.

La barba los cabellos

traen enmarañados;

como charcos al sol brillan sus ojos,

claros ojos de visionarios,

sus ásperas bocas

son suaves como bocas infantiles

cuando entonan el canto de los cantos.

En la ciudad feliz ríen y bailan

mujeres rubias y hombres sonrosados

y el que se ríe más es el que lleva

la tiara de oro en los cabellos blancos.

Y sólo no se ríen los mendigos

porque están tristes de extender la mano.

Como bandada de palomas rojas

entró en la ciudad el canto

que florece en el pecho de los hombres trágicos.

Ya no bailan ni ríen

mujeres blondas y hombres sonrosados;

el de la tiara de oro

tiene un gesto de espanto.

Ahora se ríen los mendigos

y hacen un puño, de la mano.

jueves, 29 de abril de 2010

Rosa Luxemburg


"A veces la ola del movimiento invade todo el Imperio,
a veces se divide en una red infinita de pequeños arroyos;
a veces brota del suelo como una fuente viva,
a veces se pierde dentro de la tierra."

sábado, 24 de abril de 2010

Nocturno - Lisvechiano

Sé que tu consecuente consecuencia
te llevará a rechazar el ofrecimiento
de mi cama cálida de acolchado nuevo,
sólo de abrazos y sueños juntos.
Pero es así.
Lo sé

Girondianas - Nocturno

"Noches en las que desearíamos que nos pasaran la mano por el lomo y en las que súbitamente se comprende que no hay ternura comparable a la de acariciar algo que duerme"

miércoles, 14 de abril de 2010

De otros días

Quiero hacerte el amor en mi casa oscura - no prendas las lámparas, me gusta así -

con luz, apenas, de farolas viejas por las rendijas

con todo el silencio de ellas durmiendo

y gotas de cañería antigua

lamiéndote los oídos mientras te siento desnudo.

No quiero más mi cama rutinaria

ni tu habitación de tristeza sucia.

Quiero nuestra vida,

mi ducha con vos,

y madrugar feliz escuchándote

ronronear

bajito

cuando me voy.

nacimiento de jornadas

Ronroneo que rumiando desperezas.
Mañanas oscuras.
Dolor que provoca despegarme de la piel.
(lo agradezco mientras dura el viaje hasta entrar en esa tibia fábrica de niños)

Primavera (valga para otoño)

Boca de pez
que busca humedad anchurosa
de ojos-beso predispuesto

.............

He perdido la costumbre del llanto.
La tristeza ya no es un pasatiempo.
(Pero a veces,
aguarda allí,
esperando nuestro descuido)

domingo, 4 de abril de 2010

Alejandriskas

20
dice que no sabe del miedo de la muerte del amor
dice que tiene miedo de la muerte del amor
dice que el amor es muerte es miedo
dice que la muerte es miedo es amor
dice que no sabe



23
una mirada desde la alcantarilla
puede ser una visión del mundo

la rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos
"Como un poema enterado
del silencio de las cosas
hablas para no verme"
A. Pizarnik

Para tí, querido:

"Como un poema enterado
del silencio de las cosas
hablas para no verme"
A. Pizarnik

viernes, 2 de abril de 2010

a confesión de partes

Haití, siempre Haití

Por Juan Gelman - P/12

La noticia apareció en Stars and Stripes, un diario destinado a militares, a sus familias y al personal civil del Pentágono, que se publica desde 1942: los marines que EE.UU. envió a Haití para prestar ayuda humanitaria se están entrenando para luchar en Afganistán (www.stripes.com, 29-3-10). La explicación es candorosa: como hace semanas que las tareas humanitarias han disminuido –explica el periódico–, los efectivos tienen poco que hacer y entonces se entrenan simulando combates y practicando tácticas ad hoc. El derecho internacional establece que este acto es una violación de soberanía nacional, pero a eso Washington está muy acostumbrado, especialmente en Haití.

Es notorio que la primera ocupación de los marines norteamericanos se extendiera de 1915 a 1934 para impedir que los guerrilleros haitianos tomaran el gobierno. Los llamaban “cacos” y respondían a diferentes grupos políticos de los que algunos querían a los invasores fuera. Durante esos veinte años imperó la ley marcial, las fuerzas de EE.UU. tomaron el control del tesoro y de las aduanas de Haití y, además, del Parlamento, para que éste eligiera el presidente que la Casa Blanca había elegido. Todo muy democrático. Tres mil haitianos fueron muertos, pero de los hábiles marines sólo cayeron 16. En 1994 volvieron a intervenir para poner a Jean-Bertrand Aristide en la presidencia, y diez años después regresaron para sacarlo. Washington dedit, Washington abstulit.

El teniente coronel Gary Keim, jefe de un batallón de logística, recordó o enseñó esta historia a los efectivos que EE.UU. envió después del terremoto. “Nos pidieron que la releyéramos –dijo–. Hemos estado antes aquí. Hemos tenido éxito antes” (www.usatoday.com, 25-1-10. ¿Tendrán algo que ver las intervenciones estadounidenses en Haití con un operativo de asistencia humanitaria? ¿O el teniente coronel sabía que lo humanista no quitaría lo militar, como bien se ve? Se ignora cuándo los ocupantes dejarán esa casi mitad de la isla La Española. Según Keim, les dijeron que se quedarían por “un tiempo indefinido”.

Cabe preguntarse cómo se obtuvo “el éxito de antes”. Los marines inauguraron tácticas que aplicaron y siguen aplicando después: el bombardeo aéreo en apoyo de la infantería, la práctica de la tortura y las ejecuciones sumarias, la creación de una fuerza represiva local dirigida por oficiales estadounidenses. La oposición civil acompañó a la guerrillera. A una huelga estudiantil se sumaron los trabajadores urbanos y, en diciembre de 1929, miles de campesinos enfrentaron a las ametralladoras del ocupante con piedras, garrotes y machetes. Resultado: 24 haitianos muertos, 51 heridos y un marine lesionado. El comandante de la tropa fue condecorado con la Cruz Naval por el mérito indudable de dirigir la matanza.

El entonces mayor Smedley Butler fue uno de los primeros en desembarcar en Haití, donde recibió su segunda Medalla de Honor por valor en el combate. Pasó a retiro con el grado de mayor general en 1931 y en agosto de ese año se sinceró en una convención de la Legión Americana (Jules Archer, The Plot to Seize the White House, Hawthorn Books, Nueva York, 1973). Vale la pena citar sus palabras in extenso: revelan la verdadera naturaleza de las intervenciones militares estadounidenses en países extranjeros.

Dijo Butler: “Pasé 33 años siendo un músculo de gran clase para los Grandes Negocios, para Wall Street y los banqueros. En síntesis, fui un depredador del capitalismo... Ayudé a purificar Nicaragua para el banco internacional Brown Brothers en 1909-1912. Ayudé a hacer de México, especialmente de Tampico, un lugar seguro para los intereses petroleros estadounidenses en 1916. Allané la República Dominicana para los intereses azucareros estadounidenses en 1916. Ayudé a convertir a Haití y a Cuba en un lugar decente para que los muchachos del (banco) National City pudieran obtener ganancias. Ayudé a saquear una media docena de repúblicas centroamericanas para beneficio de Wall Street... En China, en 1927, ayudé a que la Standard Oil pudiera hacer su trabajo sin molestias... tenía una pandilla distinguida. Me recompensaron con honores, medallas, promociones... Podría haberle hecho algunos guiños a Al Capone. Lo más que pudo hacer es operar en tres ciudades. Los marines operaron en tres continentes”. Archer asegura que la audiencia estaba atónita. Y que pocos diarios se atrevieron a publicar aunque sólo fuera un fragmento inocente del discurso.

Un hecho confirma que la tropas de EE.UU. se quedarán en Haití por un tiempito, como adelantó el teniente coronel Keim: la Casa Blanca encargó a la DynCorp International, empresa semioficial del Pentágono y de la CIA, la ampliación de la base militar de los ocupantes (www.michelcollon.info, 10-2-10). Para ello se expropiarán y demolerán las viviendas de centenares de haitianos en las barracas de Café Soleil, el barrio de Puerto Príncipe que más agujeros de balas extranjeras exhibe.

jueves, 18 de febrero de 2010

ya estamos

en 2010, che!
¿y para qué sirve?